
Vivimos en la sociedad del espectáculo. Todo el tiempo estamos expuestos a la mirada del otro y él a la nuestra. Nuestra convivencia social se ha virtualizado, el reino de las redes tomó nuestro tiempo. Maquillamos el lenguaje no verbal para convertirnos en actores de un guion que se despliega en un escenario irreal.
Todo pasa muy rápido, estamos apurados todo el tiempo y nos obliga a estar preparados en todo momento, como si tuviéramos que dormir maquillados para no ser sorprendidos a medianoche por quien fuera o lo que fuera.
La imagen ha cobrado relevancia suprema. La comunicación con el otro, a través de las pantallas, cristalizo la idolatría de ‘cómo nos vemos’ . Todavía no podemos dimensionar la profundidad con la que la humanidad se ha visto afectada por esta modernidad.
Está realidad viene acuñandose desde hace dos décadas o quizá un poco más y en ese período de tiempo la noción de la intimidad se ha visto reducida drásticamente. La identificación del riesgo vital con el contacto con el prójimo, no sólo deserotizó en alguna medida a las relaciones amorosas. También hostilizó la convivencia con nuestros lazos más frecuentes.
Aunque el narcisismo es un término viejo hoy se ha proliferado en todos los espacios de la vida social. Ninguno le es ajeno. La proliferación de liderazgos carismáticos y regímenes populistas no es casual.
Recordemos que el narcisismo deriva de una herida del pasado que busca ser borrada con un estilo de grandiosidad. El narcisista manipula para afirmar su dominación sobre la devaluación del otro.
El narcisista no se responsabiliza de nada que sea malo. El daño siempre se lo hace alguien más, y siempre con la intención principal de lastimarlo. Siempre polariza. Constantemente abre frentes de conflicto sin ton ni son. La amenaza permanente alimenta su ego.
Pero como todo en la vida, tiene caducidad, alguna vez va a acabar, aunque siempre tarde. Cuando la suma de lastimados es mayor que la de beneficiados el poder y sus mitos se derrumban. Al final no hay espectáculo que dure cien años, ni público que lo aguante.